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Ustedes leen posteos qliaos tan relargos?

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qué fue de ese
No sé pero era chistoso que se esforzara tanto en dejar sus aportes qls y cuando se iba baneado le borraran todo XD
Parecía que sí, pero no desvirtuaba tanto. Se picaba por puras hueas, la vendía de alfa pero simpeaba a todas las guatonas del foro
Peleabamos a muerte con cuchillos.
Me fui hace un tiempo del foro y cuando volví ya no estaba el wn, asi que desconozco
muchotexto.png
 
Mira, lo que yo creo es que al recordar esos días de angustia, en que uno se sentía impotente a pesar
de querer a toda costa evitar el caos que se veía venir, considero que esas
penurias son hoy nuestro mejor aliciente para afrontar con energía y hasta
dureza a todos aquellos que, creyendo que el peligro pasó, quieren volver al
inaceptable juego político que arrastró al país hacia el abismo. Son los mismos
que ya nos llevaron a la noche negra del marxismo. Son los mismos que, para
satisfacer sus ambiciones, cultivaron un proselitismo demagógico que hoy
quisieran reeditar mediante el regreso al antiguo sistema democrático. A ellos
los repudia Chile entero porque sabe que son los grandes responsables de las
desgracias que sufrimos.

—¿Incluso de lo sucedido el 11 de septiembre de 1973?

—Chile debió reaccionar ante su creciente degradación política para evitar
tener que llegar a un Once de Septiembre. Pero a esas alturas no había otra
forma para salir de la tiranía sin retorno a que nos llevaba el Gobierno de la
Unidad Popular.

Repito que el drama se había iniciado mucho antes del 4 de septiembre de
1970. Comenzó cuando en el escenario político la autoridad transaba y cedía
para no enajenarse el posible apoyo de un adversario interesado. Fue por ello
que se aceptaron los peores actos de indisciplina, el robo, las ocupaciones
ilegales de la propiedad rural o urbana; aceptaron la injuria y el libertinaje de
una prensa aviesa y corrompida, porque sólo se pensaba en triunfar en las
urnas sin importar el precio de degradación social que se pagaba.

El 4 de septiembre de 1970 los partidos triunfantes encontraron el terreno muy
bien abonado. Los nuevos conductores de la Nación sólo necesitaban
continuar la labor de destrucción para contribuir a hacer de Chile un nuevo
“Paraíso Comunista’’.

—¿Dónde estaba Ud. ese 4 de septiembre?

—En Iquique. Cuando en la noche del 4 de septiembre de 1970 escuchamos
en el Cuartel General de la VI División de Ejército las noticias del triunfo del
candidato de la Unidad Popular, nos sentimos abrumados. Quienes
concordábamos en que en esa elección la disyuntiva era la libertad o el
totalitarismo comunista, temimos que nuestra Patria terminara por ser
destruida y subyugada. Recuerdo que esa noche reuní a mis oficiales y les
expresé: “Chile entra a un período que no deseo calificar, pero quien
conozca a los marxistas-leninistas comprenderá por qué siento horror al pensar
en los sucesos que ocurrirán a muy breve plazo. Esta crisis no tiene salida. Sin embargo, aún espero que los partidos políticas no acepten
este azote para el país. Y en cuanto a lo que a mí respecta, creo que ha
llegado el fin de mi carrera, pues el Sr. Allende tuvo hace unos años una
dificultad conmigo en Plsagua y debe conocer mi actuación con los
comunistas en Iqulque. Creo que el problema de Chile se agravará día a día,
para llegar, finalmente, a manos del Ejército, cuando todo esté destruido. .

—Pero no había llegado el fin de su carrera. Parece que Allende no se
desquitó...

—En efecto, mi destino no se encauzó como yo lo pensé ese día. Al parecer
Allende me confundió, como sucedió otras veces, con el General Manuel
Plnochet, y yo, recordando las tácticas que ellos emplean, me mantuve en
silencio y actué con cautela.

Esa fase de mi vida, desde aquella fecha hasta ell 1 de septiembre de 1973,
fue de constante angustia. Mis actuaciones como Comandante de la
Guarnición de Santiago, luego como Jefe del Estado Mayor General del
Ejército, y como Comandante en Jefe Subrogante del Ejército, que culminó
con la de Comandante titular, fueron etapas dramáticas debido a la
responsabilidad que dentro de la Institución recaía sobre mi en días
crecientemente difíciles. MI conciencia de soldado que ha jurado defender
con su vida a la Patria se atormentaba al verla desmoronarse sin poder hacer
nada para ¡nielar una reacción que alentara la esperanza de salvar al país.

Al analizar la realidad de Chile, pasaba por mi mente la obvia consideración
de que el más Indicado para solucionar los problemas del país es quien tiene
la responsabilidad del Gobierno. A él le corresponde enmendar el rumbo.

—Pero no puede solucionar los problemas de un país quien precisamente
dirige a aquellos que los están creando.

—Es cierto. Sin embargo, muchos creíamos que el rumbo sería enmendado
por Allende, pero ello no pasó de ser una ilusión. En realidad, cada día se fue
alejando más la esperanza de que Allende reaccionara. Sin embargo, de mi
mente no se apartaba la ¡dea de que todo proceso relacionado con la
conducción de un país no podría hacerse sino a través de los cauces políticos
establecidos.

—Pero después Ud. demostró haber cambiado de opinión.

—Los hechos acaecidos en los años 1971, 1972 y 1973 terminarían por
convencerme de que era necesario cambiar tal posición, y de que por largo
tiempo no sería posible volver a un sistema de gobierno civil. A medida que los
conflictos que convulsionaron al país fueron haciéndose más y más agudos, ellos me llevaron paulatinamente
a modificar mi pensamiento y a reconocer que el problema de Chile va no
tenía salida política posible. Nuestra Patria sólo podría ser salvada por la fuerza
de las armas, y esta medida debía ser adoptada antes de que fuera
irreparablemente tarde.


PRIMEROS AÑOS EN LA CARRERA
DE LAS ARMAS

—¿De cuándo data su vocación militar?

—Desde niño. Es posible que narraciones heroicas y otros ternas semejantes y
luego la lectura de la Historia de Chile fueran dejando en mi espíritu un surco
muy profundo sobre el valor del servicio de las armas. En todo caso, desde la
niñez tuve la ¡dea de que la meta de mi existencia debía ser llegar a Oficial de
Ejército y dedicar mi vida a la carrera de las armas. En mi hogar no todos
compartían esta vocación, produciéndose diferentes reacciones cuando se
tocaba el tema.

—¿Sus padres no la compartían?

—Mi padre solía conversarme extensamente sobre las bondades de la
profesión de médico y la hermosura de su misión, mientras que mi madre solía
apoyar e impulsar mis aspiraciones de llegar a vestir el uniforme de la Patria y
entregarme por entero al noble oficio de las armas.

—Considerando su temprana vocación, podría decirse que su madre actuó a
favor de la corriente.

—Sí. Y debo decir que en dos oportunidades presenté los antecedentes de
ingreso a la Escuela Militar, pero en ambas ocasiones fui rechazado, por mi
poca edad o por mi debilidad causada por mi crecimiento muy rápido en
esos años. Sólo al tercer intento pude llegar al plantel de la calle Blanco
Encalada. Recuerdo que en los días anteriores al ingreso contaba las horas
que faltaban para que llegara el 11 de marzo, fecha en que debía
presentarme al establecimiento. Después de cuatro años de dura instrucción
militar y de una rígida disciplina, egresaba de la Escuela Militar en 1936 con el
grado de Alférez de Infantería.

Aún recuerdo cuánta felicidad experimenté cuando me dieron el
nombramiento de Oficial y luego cuando recibí la primera destinación como
tal a la Escuela de Infantería, donde debíamos permanecer como alumnos
del Curso de Alféreces durante un año, pero ya en calidad de Oficiales de
Ejército.


Los momentos de alegría que se experimentan después de cuatro años de
rigidez disciplinaria son inolvidables, y creo que ello sucede a todos los que
culminan ese duro pero indispensable período de vida en la formación de la
oficialidad.

Por ello siempre he estimado que el año 1936 marcó un hito en la ruta de mi
existencia al iniciar desde allí el largo camino profesional, escalando grado
tras grado hasta llegar a General de Ejército, la distinción máxima a que el
oficial puede aspirar.

En esos primeros días, en plenas vacaciones de verano, solíamos reunirnos los
compañeros de curso para confiarnos nuestros ideales y hacer planes para
nuestro futuro. Algunos creían que nuestra vida tendría menos exigencias en
cuanto a obligaciones. ¡Pero cuán equivocados estaban aquellos camaradas
que suponían que todo nos iba a ser más fácil! Por el contrario, ahora se
tenían crecientes responsabilidades. Respondíamos de la instrucción, de los
conocimientos militares, de nuestra propia persona, del contingente que
instruíamos. Sin lugar a dudas todo resultaba más duro que lo que se había
imaginado. Y muchas veces hubo que sufrir momentos de amargura, en
especial por las severas observaciones de los superiores, que, con el mejor
espíritu nos inculcaban el sentido de responsabilidad y nos enseñaban o nos
corregían los errores que cometíamos. La vida militar está basada en una
permanente crítica destinada a conseguir un mejor desempeño.

Recién en los primeros meses del Curso de la Escuela de Infantería
comenzamos a comprender las características de la carrera que habíamos
abrazado. No sólo se nos exigían condiciones físicas, sino conocimientos y
capacidad para aplicar la teoría a la práctica. Recuerdo que en las noches
era normal quedarse estudiando el reglamento de armas combinadas o el de
Infantería, dibujando formaciones o imaginando situaciones de combate, o
adiestrándonos en el conocimiento de las armas. En realidad la profesión
militar no era simple, como sostenían personas que ha ía conocido en algunos
hogares de Santiago. Por el contrario, era extremadamente compleja, pero
ejercía una atracción que hacía quererla cada día más.

—¿Qué otros intereses se fomentaban, fuera del prof esionalismo?

—En el Casino de la Escuela de Infantería se nos inculcaba una camaradería
respetuosa entre los miembros de la Institución. En ese diario vivir, los temas
más importantes de que se hablaba eran los profesionales. Se intercambiaban
conocimientos de historia —algunos jéfes eran verdaderos historiadores— y
comentarios de la situación mundial, siempre apuntando a sus aspectos
bélicos. Jamás, en ese año, escuché en el Casino alguna discusión de
carácter político, al extremo de que llegué a creer que esa materia no agradaba a nadie. Los asuntos políticos y los religiosos no se trataban en las reuniones de Casino. En una palabra, creo que la oficialidad del Ejército de
Chile estaba enclaustrada en sus cuarteles, verdaderos compartimientos
estancos que la aislaban y la hacían perder contacto con el mundo exterior.
Aún más, la oficialidad prácticamente ignoraba toda la actividad política
que se desarrollaba en el país.


—¿Quiere decir que no sabían nada de política?

—De los partidos políticos sólo teníamos conocimiento de su existencia, pero
desconocíamos sus objetivos y su ideología.


—¿Cuál fue su primer contacto con el mundo de la política?

—En 1938, durante la elección presidencial en que participaron Ross y Aguirre
Cerda, tuve la primera oportunidad de ocuparme de un acto electoral.

Los programas y la propaganda de la campaña mostraban ya los extremos a
que llega la demagogia, y nos hacían pensar que, de todo lo que se ofrecía,
poco o nada se iba a cumplir.

Para los hombres de armas esa misma reacción negativa que nos producía la
politiquería, y que nos hacía despreciarla, nos incitaba a concentrar más
nuestros esfuerzos en la profesión militar, alrededor de la cual giraba nuestro
diario vivir y que, gracias al permanente trabajo y al estudio, nos desligaba de
toda inclinación política.


—¿Ud. observaba la política sólo desde un punto de vista teórico?

—Ese desprecio por la politiquería se acrecentó después del terremoto de
1939, cuando pude observarla desde muy cerca. En esos meses estuve en
Concepción y por primera vez nos encontramos con unos individuos que
vestían uniforme caqui con un gorro cargado a la oreja izquierda: eran las
“milicias socialistas”, que, más que ayudar a los damnificados, fueron a
ayudarse a sí mismos apropiándose de víveres y elementos destinados a las
personas afectadas por el sismo. Era normal encontrar en los negocios aceite,
leche condensada, carne enlatada, etc., de la misma procedencia y
características de la destinada a los damnificados. Recuerdo que se dio
cuenta de ello a nuestros superiores, pero no supimos los resultados o las
consecuencias de nuestra denuncia. En todo caso, de ese contacto con los
socialistas, sólo nos quedó la imagen de unos ladronzuelos.



—¿Y no se veían a veces mezclados en conversaciones sobre política con
civiles?

—Seguimos viviendo con un desconocimiento casi total del juego de las
tendencias ideológicas. Sin embargo, esa ignorancia nuestra era una
desventaja cuando se convivía con el mundo civil. En ocasiones en que
debíamos sostener discusiones con civiles, aparecíamos faltos de cultura, en
conversaciones bien o mal intencionadas, cuando se pretendía conocer
nuestro pensamiento político eludíamos el tema y con una sencilla frase
creíamos dar por terminado el asunto: “Perdone Ud., nosotros somos apolíticos
y no nos agrada discutir estos temas”. Débil excusa, pero nos servía para salir
del paso y justificar nuestra ignorancia.

—¿Cómo prosiguió su carrera profesional?

—En un ambiente de profesionalismo y de estudio transcurrieron mis años de
Alférez, Subteniente y Teniente. En este último grado contraje matrimonio y,
poco antes de ser ascendido al gracfo de Capitán, pedí mí traslado a la
Guarnición de Iquique. Creo conveniente recordar las circunstancias que me
indujeron a pedir esa destinación cuando me desempeñaba como Teniente
en la Escuela Militar. Prestaba servicios en la Ayudantía del Curso Militar
cuando un hecho violento me afectó profundamente hasta el punto de
decidirme a pedir mi traslado. En esa ocasión comprendí que en
determinadas circunstancias el hombre de armas está indiefenso ante la
acción de ciertos políticos.

—¿Qué sucedió?

—Sucedió que al término del año 1945, en forma desusada y sin mayores
explicaciones, se procedió al cambio de Director y Subdirector de la Escuela
Militar, y posteriormente numerosos oficiales de dicho Instituto recibieron
destinación a lo largo de las Unidades de Chile. Juzgué en esa oportunidad
que, como oficial que poseía verdadero sentido del honor, no podía
continuar en el primer plantel militar, debido a que mi superior directo también
había sido destinado a servir en otra guarnición. Como Ayudante suyo sentí el
deber moral de solidarizar con su suerte, lo que me parecía un gesto de
lealtad elemental. Calladamente y sin hacer comentarios, me fui de la
querida Escuela Militar con destino al Regimiento de Infantería N° 5
Carampangue, de guarnición en Iquique. Me fui amargado, sin saber que
daba el primer paso en el cumplimiento de mi destino, y que ese episodio de
mi vida profesional tendría grandes repercusiones en los acontecimientos
futuros de mi vida.



-¿Perduró mucho tiempo su amargura en Iquique?

—En verdad quedó superada cuando llegué a ese puerto nortino. Sentí allí
una grata sensación de confianza y de nueva vida. Los oficiales que cubrían
la dotación del Regimiento Carampangue me recibieron con cordiales
demostraciones de afecto y camaradería. A muchos de ellos los había
conocido como cadetes. Recuerdo que me había hecho el propósito de
trabajar con el mayor esfuerzo y dedicación, para borrar tal vez de mi espíritu
el episodio de la Escuela Militar.

Pronto la Unidad inició el año militar y ahora, como Capitán, debí desarrollar
con tesón y esfuerzo todas las actividades del cargo, tanto administrativas
como de instrucción. El curso normal del año sólo se detuvo en los días de
preparación para las elecciones presidenciales, que se llevaron a efecto en
septiembre. Estas se desarrollaron con normalidad, y la ciudadanía dio una
votación mayoritaria al Sr. Gabriel González Videla.

Como ya lo he expresado, los oficiales mirábamos la lucha política como una
actividad pronia de la población civil y totalmente al margen de nuestra
profesión. Sin embargo, en esos días no dejaba de llamarnos la atención que,
a cualquier lugar que fuéramos, la gente tuviera sólo un tema central de
conversación. Siempre se llegaba al hecho de que el Sr. Gabriel González
Videla había obtenido la Presidencia gracias al apoyo de los comunistas, y
que su triunfo con tales socios le iba a significar a Chile grandes trastornos de
todo orden. Debo confesar que ninguno de nosotros daba mayor crédito a
esas palabras, porque las considerábamos como una reacción natural de
quienes habían visto derrotado a su candidato. Pero en poco tiempo
empezamos a imponernos por la prensa de que, efectivamente, se estaban
gestando una serie de problemas de orden socioeconómico que día a día se
hacían mas graves y amenazantes.

—¿Qué clase de problemas?

—A los pocos meses de haber asumido el cargo el Presidente de la República,
la ciudadanía de Iquique sintió escasez de alimentos esenciales. Así, por
ejemplo, faltaba harina, aceite, carne, leche, azúcar, etc. Siempre habíamos
sufrido, debido a un reducido comercio, restricciones que se estimaban
normales. Pero ahora estábamos prácticamente sin abastecimientos. En las
mañanas, largas colas de personas aparecían frente a los negocios, en
especial frente a las panaderías. Primero, estas largas hileras de hombres,
mujeres y niños se formaban frente a las puertas de los establecimientos
comerciales durante las horas del día, pero después de algunas semanas
estas colas se observaban desde las primeras horas del amanecer. Asimismo,
ellas se hicieron cada día más largas,


al extremo de que mucha gente, para obtener pan u otros artículos de
primera necesidad, debía permanecer ante la puerta del negocio durante
toda la noche. Esta angustia por obtener víveres se hacía cada día más
intensa en la ciudad, y se agravaba por el deseo de algunos de acaparar.
También se empezó a considerar como “fuente de trabajo” la explotación del
puesto en la hilera. Había familias que se sacrificaban en la hilera durante la
noche y luego en la mañana vendían el lugar al mejor postor.

DebQ aclarar que esta falta de artículos de subsistencia no afectaba a los
miembros de las Fuerzas Armadas que residían en Iquique. Buen cuidado
tenían los comunistas en evitar cualquier problema que los llevara a
enfrentarse con el Ejército, o con las otras Instituciones militares o de policía;
así creo que nunca antes el personal militar había tenido un abastecimiento
más barato, normal y abundante que en esa oportunidad.

Pero la falta de abastecimiento para la población se hacía sentir día a día.
Recuerdo a amigos de Iquique que se sentían felices cuando algún
comerciante les proporcionaba un tarro de aceite o conseguían pan fresco
con los militares. Creo que cuando el Presidente de la República resolvió dejar
fuera de la ley al Partido Comunista, fue un momento de mucha felicidad
para la ciudadanía, no sólo de Iquique, sino de Chile entero.

—¿Cómo vivió Ud. ese momento?

—Recuerdo que antes de dictarse la Ley de Facultades Extraordinarias en
agosto de 1947, nada había trascendido. Tan importante decisión, desde la
resolución de someterla al Congreso hasta su puesta en práctica, fue
totalmente secreta. En mi memoria está muy fresca la sorpresa que produjo a
quienes se creían dueños de Chile, lo que sucedió en la noche histórica del 23
de octubre en que se decretó la Zona de Emergencia. Poco antes de
retirarme de la Unidad para ir a casa, en un día que había trabajado hasta
tarde preparando notas para la instrucción del día siguiente, fui llamado en
forma urgente por el Comandante del Regimiento. Eran cerca de las 21.00
horas. Me dirigí rápidamente a la oficina del Comando de la Unidad. Allí se
reunieron los Jefes y Capitanes del Regimiento. Se nos preguntó el estado
operacional de las compañías y luego, en forma muy breve, el Comandante
nos dio la orden de alistar estas unidades para una emergencia muy grave,
pero que no especificó en ese momento, ni nosotros la preguntamos, de
acuerdo con nuestra formación disciplinaria.

—¿Qué medidas se adoptaron?

—Hoy puedo apreciar con qué rapidez cambió el rumbo de la historia de
Chile por las medidas que se adoptaron en esa noche


trascendental y que actualmente la ciudadanía debería recordar como
fecha muy significativa.

Cerca de las tres de la mañana quedaron organizadas las columnas
motorizadas con la totalidad del personal combatiente. Una de las
restricciones que debíamos observar era, en lo posible, no llevar personal
cuyos familiares vivieran en las oficinas salitreras. Lamentablemente en mi
Unidad fundamental la mayoría provenía de esos lugares. Se informó que las
columnas estaban listas, y de inmediato se nos ordenó salir a diferentes
lugares de la pampa. Poco antes de partir (cerca de las 03.30 horas), los
capitanes recibimos la misión de dirigirnos a determinados puntos, detener a
los agitadores comunistas, y luego trasladarlos a Pisagua.

—¿A dónde fue enviada su Unidad?

—Mi Unidad de infantería recibió la orden de dirigirse a la Oficina
Humberstone y detener a numerosos comunistas que nosotros bien
conocíamos y cuya lista había preparado Investigaciones. Yo recordaba
cómo en numerosas ocasiones muchos de estos individuos habían
demostrado su prepotencia ante el Ejército. La operación fue muy rápida y la
gente detenida completó pronto los camiones militares, siendo necesario
dejar a los menos agresivos en el Cuartel de Carabineros. Se inició entonces el
traslado de los detenidos en esa oficina hacia el puerto de Pisagua. Recuerdo
que esos mismos agitadores prepotentes, violentos y groseros, que días antes
proferían insultos contra los miembros del Ejército, en esos instantes eran otros
seres que no decían palabra, o lloraban y gritaban pidiendo clemencia, para
que no los llevaran. Muchos demostraron tal cobardía que fue necesario
disponer que algún conscripto se encargara de calmarlos.

Tan pronto salimos de la Oficina Humberstone, nos dirigimos al Norte, pasando
por Huara, Negreiros y Zapiga. Mientras estábamos en marcha se produjo un
silencio que sólo se interrumpió a la llegada al puerto de Pisagua, lo que
sucedió con las primeras luces del día.

Con nuestra llegada se inició una intensa actividad. El pueblo era
especialísimo. Semejaba un estudio cinematográfico, porque los frontis de las
casas aparecían como si tras ellos hubiera una construcción completa. Pero al
observarlos por detrás, dichos frontis estaban afirmados por pies derechos;
todo lo demás había sido demolido y trasladado a otros lugares.

—¿Y dónde se ubicó a los detenidos?

—Como todo se había desarrollado muy rápidamente, el lugar no estaba
preparado para recibir a cerca de 500 personas. Fue necesario preparar y
dejar listo un campamento para ser habilitado




por los relegados, y luego estudiar cómo darle el apoyo logístico necesario
para su desenvolvimiento y vida.

Durante tres días se trabajó Intensamente en preparar las habitaciones donde
se ubicaría a los relegados. Después de ello regresé a Iquique. En el
campamento de Pisagua quedó, prestando servicio de seguridad, personal
del Regimiento de Artillería de guarnición en Iquique.

En enero de 1948 se me destinó como Jefe de Fuerzas Militares en Pisagua.
Llegué allí a principios de enero, con 60 hombres de mi Compañía y dos
oficiales. En esa oportunidad venía al mando de las tropas de mi Unidad para
relevar a las que allí se encontraban y asumir la responsabilidad de darle
seguridad y control al puerto. La misión me había producido cierto sinsabor,
porque yo había sido aceptado por la Academia de Guerra y estaba por
viajar a Santiago a reunirme con mi esposa, que esperaba nuestro tercer hijo.
Ubiqué a mis fuerzas militares en el antiguo Hospital de Pisagua,
reacondicionado como cuartel y enfermería.

—¿Qué aspecto tenía entonces Pisa gua?

—El puerto presentaba una fisonomía diferente de la que había conocido
cuando el traslado de los relegados. Me encontré con barracas, comedores,
cocina y baños. Además, muchos relegados habían arreglado las casas y
vivían allí con la esposa, si ésta había aceptado acompañarlos.

—¿Qué actitud mostraban los relegad os? ¿Provocaban dificultades?

—Algunos buscaban causar problemas. Las mayores dificultades para
efectuar control y poder mantener la disciplina en ese lugar provinieron de las
mujeres comunistas, que no vacilaban en producir incidentes con el objeto de
alterar el orden que debía existir allí para la buena convivencia. La mayoría
de ellas eran mujeres de cierta edad, muy violentas y exageradamente
vehementes.

—¿Conocía Ud. personalmente, cíe antes, a algunos de los relegados?

—Después de instalar al personal militar, bajé al pueblo a conocer a los
relegados. Entre las personas allí trasladadas, me encontré con numerosos
personajes de Iquique y de Calama, a los que en más de alguna oportunidad
había tenido ocasión de conocer; varios de ellos habían alcanzado figuración
gracias al Gobierno. Así, por ejemplo, encontré al ex alcalde de Calama,
Ernesto Meza Jeria, comunista de largos años, activista permanente y que con
mucha justicia había sido relegado. Debo reconocer, sin embargo, que este
señor, durante las maniobras divisionarias en la zona de


Calama en el año 1945, fue siempre deferente con los oficiales y con el
personal de las Unidades que se encontraron allí con motivo de esos grandes
ejercicios.

Este ciudadano era muy atento, y daba solución a cualquier problema que se
le planteara. Hoy comprendo que no daba “puntada sin hilo”. Como buen
comunista, cumplía estrictamente las órdenes que había recibido. Sin
embargo, en esa oportunidad nos dejaba la impresión de haber encontrado
en él un colaborador a juzgar por la ayuda que prestaba, dando solución a
muchos de los problemas que normalmente surgen en esas circunstancias.

A medida que han pasado los años he podido comprobar que todo
comunista busca granjearse la gratitud de los “burgueses”, y de esta manera
obtener muchas ventajas. Al encontrarme con él en una situación tan nueva y
diferente, lo saludé y le ofrecí algunas comodidades para su vida diaria
dentro de los escasos medios que existían en esos momentos en el puerto.

—¿Otro personaje conocido suyo?

—También estaba el ex Intendente de Tarapacá, Angel Veas, personaje de
gran facilidad de expresión y que siempre manifestó, durante el período del
Gobierno con participación comunista, especial deferencia con el cuerpo de
oficiales de Iquique y con el personal de planta del Regimiento
Carampangue. Esta Unidad jamás tuvo déficit de subsistencia; por el
contrario, recibió una cuota especial de harina y aceite, víveres y vituallas.
Todo problema en artículos de alinentos que se presentaba a algún miembro
de la Unidad era solucionado de inmediato y muchas veces hasta con
creces. Más tarde comprendí que estos gestos de buena voluntad destinados
a comprometer a los “burgueses”, ayudan a los marxistas a infiltrarse para
hacer amigos a fin de difundir sus doctrinas.

Uno de los antecedentes que más nos impresionó ocurrió a pocos días de la
acción contra los comunistas. Se encontraron algunas bodegas, controladas
por la Intendencia, atestadas con cajas de conservas, tarros con aceite,
harina, fideos y mil artículos más. Esta misma situación la vería después,
durante el Gobierno de la Unidad Popular. Evidentemente, el estómago, es
decir el “cuoteo” de abastecimientos, es un medio que permite fácilmente
someter al hombre, y constituye un principio básico de las tácticas
comunistas, que como siempre, en el curso de los años, he podido
comprobar.

También encontré en esa ronda a otro de los personajes que había conocido
en el puerto de Iquique, el sastre Pinto, cuyo local estaba frente a la Plaza
Prat. Hombre agradable, atento y servicial con sus clientes. Sin embargo, en
1946 ya había escuchado muchos comentarios sobre él, como el hecho de que a mediados de 1945 había
desaparecido de la ciudad por espacio de un año sin que nadie supiera de
él. Se agregaba que durante ese periodo habría estado realizando un curso
de instrucción y perfeccionamiento en materias comunistas en algún lugar de
la República Argentina.

—¿Podría narrar algunas de las dificultades que Ud. tuvo con los rele gados?

—Como siempre ha sido mi costumbre, desde el primer día, y en una Pequeña
libreta, fui anotando los sucesos que más me llamaban la atención. Hoy
encuentro algunos de ellos dignos de narrarse. Entre mis notas aparece uno
de los primeros problemas que debí afrontar con las señoras comunistas. Ello
ocurrió al tercer día de mi estada en Pisagua, y, según pienso hoy, se trató de
una prueba para medir mis reacciones. Para ello rechazaron y volcaron los
platos con toda la comida en el piso de los comedores. Según sostuvieron,
esos alimentos estaban mal preparados. Como un antecedente aclaratorio
debo decir que todos, sin excepción, teníamos la misma alimentación, que se
elaboraba en una cocina común. Nadie había tenido jamás un a expresión
de desagrado al respecto. Ante esta actitud, las reuní y les advertí que no se
variaría el menú durante toda la semana, y que si no comían era problema de
ellas.

—¿Y persistieron en su actitud?

—Dos días más tarde nadie rechazó el almuerzo, y las señoras optaron por
aceptar todo lo que se les ofrecía.

Otro hecho que pudo tener consecuencias fatales, ocurrió durante una ronda
a la hora de almuerzo. Me encontraba cumpliendo este servicio por los
comedores de los relegados, cuando en forma sorpresiva y como si un ser
invisible lo hubiera ordenado, la gente botó la comida y luego comenzó a
golpear el plato de metal hasta producir un ruido infernal, lo cual me obligó a
ordenar “Alto” y llamar duramente la atención a los relegados. Creí que había
pasado el incidente, y me dirigí a la cocina. Me encontraba allí, probando la
calidad del rancho para cerciorarme de la veracidad del rechazo y poder
explicarme ese desagradable suceso, cuando observé que un grupo de los
que se habían amotinado me rodearon sigilosamente hasta un punto en que
quedaba imposibilitado para hacer cualquier movimiento que me permitiera
salir. Se complicaba aún más mi situación porque la tropa que podía
ayudarme estaba a más de 200 metros y, por ubicación, no existía ningún
enlace visual debido a que había una pequeña hondonada en el terreno.


Defenderme en forma violenta significaría ser arrollado por la multitud, que
luego se ensañaría en contra mía, aunque después la tropa los repeliera con
máxima violencia; si optaba por sacar el arma de servicio apuraba los
acontecimientos y daba motivos para la acción que los amotinados al
parecer querían realizar. En mi mente vi como una posibilidad la de saltar
sobre la cocina y llamar a la tropa. Pero estaba tan rodeado que todo ello
era muy difícil o, más aún, imposible. El cerco que se había creado a mi
alrededor era, momento a momento, mas estrecho. Confieso que creí llegado
mi fin, pero en ese instante el ex Intendente de Tarapacá, Angel Veas, salvó la
situación que había visto venir y, actuando en forma rápida, increpó a la
multitud con palabras bastante duras y les ordenó que se fueran a ocupar sus
respectivos puestos en el comedor. Esas palabras de reproche lograron
contener a estos individuos que, al parecer, estaban dispuestos a todo. Luego
Veas los arengó para que siguieran almorzando y depusieran su actitud. Debo
expresar que todos, sin excepción, obedecieron, y no hubo ni una frase
contraria ni un reclamo a lo que había dispuesto el ex Intendente.

—¿Cómo se explica Ud. la actitud del Sr. Veas y la de los demás rele gados?

—De su actuación se puede desprender la gran influencia de los líderes
comunistas sobre los relegados de menor jerarquía en el partido, y la
existencia, entre ellos, de una disciplina casi militar.

Después de este episodio, la vida en el puerto de Pisagua transcurrió casi sin
incidentes y cada día se hizo más monótona. No tuve nuevos problemas de la
índole de los ya referidos. Sin embargo, bajo esta apariencia de tranquilidad
se desarrollaba una intensa actividad de instrucción comunista. En varias
oportunidades sorprendí a los líderes comunistas desarrollando verdaderas
cátedras de marxismo, pero lo negaban, sosteniendo que enseñaban a sus
camaradas a escribir a sus parientes, pues los individuos de menor jerarquía
colocaban en las mesas papel de carta y simulaban escribir a sus familiares,
en circunstancias que analizaban materias destinadas a prepararlos como
futuros agitadores en las actividades laborales.

—¿Quiere decir que la relegación les sirvió como lugar de adiestramiento?

—Mi apreciación es que sí, y en cierta oportunidad di cuenta de esta
anomalía a mis superiores; señalé que el Campamento de Pisagua se estaba
transformando en una verdadera universidad marxista-leninista, que
preparaba a personas que posteriormente actuarían como agitadores. Con
ese adoctrinamiento y una intensa
 
Depende .

Si hay arta pega, solo leo los precisos, los demás hago scroll


Cuando hay que perder el tiempo en algo, lo hago leyendo los tochopost
 
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